Siempre me gustó jugar a la pelota. Desde bien chiquito, desde jardinera creo. Lo mío, cómo lo de otros gurises del barrio era desayuno, escuela, almuerzo, campito, merienda, campito hasta que desde distintos puntos se escuchaban las voces de las madres llamando a hacer deberes, cenar y dormir. Eramos un lote, el chichu, el abuelo, Carlitos, Javier, el chicharrón, Daniel , el Néstor, peligro y tantos más. Vivir frente a dos vías, la que unia el oeste del pais con San José y la paralela, un vía interna que finalizaba dentro del Granero Oficial, que le daba nombre al barrio delimitaban nuestra canchita. Vereda, calle, alambrado, chilcas, vía, chilcas, canchita, vía y pegadito otro galpón gigante que servía de depósito al Molino creo. Yo no solo era de los más chicos, también debo reconocer que era demasiado ingenuo. Y guri ingenuo es la fiesta para los más grandes. Las bolitas y el león. Habían dos cosas que me decían como al pasar los que ya me llevaban 5 o 6 años que siendo niño es un montón de tiempo. Lugar prohibido para ir a buscar la pelota, una pieza oscura al costado del galpón donde aseguraban había un león que ya había destrozado varias pelotas, plástico y goma porque no nos daba a ninguno para la de cuero. Día tras día, semana tras semana veía ese lugar de reojo y cierta mezcla de miedo y curiosidad. Y la otra que no solamente decían sino que cuando la pelota caía al techo de chapa de la gigantesca construcción alguno de los más grandes que subía a buscarla siempre gritaba»bolitas!!! Acá está lleno de bolitas!!!! Las veo pero no las puedo agarrar!!». Desde abajo yo y algún otro escuchar eso era como enterarnos que a poca distancia había un tesoro, yo nunca había tenido más de 20 bolitas y un bochon, escuchar que habían miles ahí arriba era como estar a metros de algo increíble. Más de una vez soñé que lograba subir y llenar los bolsillos de bolitas, decenas, de todos los colores. Pero chico y miedoso no era cuestión de arriesgarme. Además una diablura de esas y la pocha me dejaba sin pelota una semana. En la balanza era mejor seguir soñando y mirando hacia arriba sin percibirme la fiesta que los grandotes se hacían
En definitiva eran tiempos de divertirse con poco. No pasaron muchos años y ya no creía en el león pero aún tenía esa espectativa del tesoro en el techo del galpón. Un día lo vinieron a demoler. Desde lejos observamos los más chicos esperando la lluvia de bolitas junto a las chapas de zinc y los más grandes sabiendo que una leyenda llegaba a su fin. Y pasó lo que tenía que pasar. No había nadita de nadita. Ni un mísero bochon. Pero en fin, quien nos quita esos 4 o 5 años en los que tuvimos la mayor cantidad de bolitas del mundo. Quien nos quita esos sueños tan reales que nos acompañaron en más de una noche. A veces una mentira estimula la fantasia. Y el más ingenuo por ingenuo aunque sea en sueños supo ser también el más afortunado.